El hombre se encontró con un inmenso patrimonio verde por conocer y utilizar y dirigió su atención a otra necesidad primaria además de su alimentación: su salud.
Entre los distintos tipos de terapias que el ser humano ha ido concretando para conservar o restaurar su salud, la fitoterapia ha sido durante mucho tiempo un campo de búsqueda reservado a las mujeres fundamentalmente.
Las verdaderas brujas, herboleras, yerberas, eran algo distinto a ser las servidoras de Satán como la tradición nos ha hecho creer.
Las verdaderas Herboleras son auténticas expertas en el mundo vegetal que ponen sus conocimientos y sabiduría a disposición de los demás.
A los médicos solo podían recurrir los ricos, para los pobres estaban las yerberas con sus potingues misteriosos, que a menudo curaban.
En 1540 el parlamento ingles puso el monopolio de la terapéutica en manos de los cirujanos declarando fuera de la ley a todos los curanderos. Los pobres quedaban totalmente desprovistos de asistencia médica. Los herboristas fueron atacados y acusados de estar aliados con Satán. El término de brujería se extendió a todas las personas que de forma no ortodoxa se dedicaban al arte de curar. Entre las primeras víctimas de esta política represiva estuvieron “las brujas curanderas”, que fueron acusadas y a menudo torturadas y quemadas.
Por otra parte, muchos de los médicos oficiales seguían mezclando magia y medicina no siempre con intenciones desinteresadas. El doctor Dee, médico de la reina Isabel I, comunicaba con los muertos a través de prácticas de nigromancia (magia negra) pero nunca fue perseguido.
Durante siglos se ha olvidado una gran enseñanza hipocrática:
“que la ciencia nunca debe pasar por alto lo que gracias a la sabiduría popular se ha comprobado”
Paracelso, a diferencia de sus contemporáneos profesaba un gran respeto por los curanderos, “Antes de la medicina, escribió, los médicos se llamaban Magos, muchas cosas han sido reveladas pero la mayoría se han perdido”. Paracelso en 1527 quemó en Basilea libros del saber oficial y afirmó que todos los conocimientos provenían de las brujas herboleras. Ellas fueron las primeras en usar digital para el corazón y en poner límites a las dosis peligrosas. El estramonio como antiasmático o la belladona como antiespasmódico. Este legado no ha llegado a nosotros y solo con nuestra búsqueda y entrega junto a la instrucción académica y la intuición, podremos recuperarlo.
Las mujeres han sido las depositarias de este legado por su innato poder de comunión con la Tierra, pero a ellas más que a nadie ha sido prohibido dedicarse abiertamente al arte de curar.
La mujer podía ser bruja, hechicera, comadrona, enfermera, pero nunca doctor, es decir sabia. Solo nos han llegado los escritos de Santa Hildegarda de Bingen, que el ser abadesa le sirvió de escudo contra todo tipo de sospecha. Otras mujeres no tuvieron el mismo destino.
Las mujeres se acercaron al arte de curar no por amor al poder sino por el poder del amor